Día 5: Canon
En serio, la gente tiene una manía muy mala con pedir las cosas preferidas de cada uno y cuando te lo piden tantas veces llegas a estar hasta el culo. Y en éstos dos últimos relatos si que estoy hasta arriba... se supone que debo escribir algo sobre mi canción favorita y... justamente tengo un relato que escribí hace años sobre ésta canción.
Espero que te guste.
Canon
El teatro estaba en silencio, cuando el contrabajo comenzó a sonar. Nadie comentaba nada, tan sólo oían como el instrumento repetía una y otra vez las mismas notas, esperando pacientemente a que el órgano apareciera, arrastrando consigo una lluvia de dulces violines...
Hacía frío, tanto que en el suelo se había formado pequeñas capas de hielo. Sentía como las manos se me congelaban dentro de los guantes, que estaban dentro de los bolsillos de la chaqueta. Tenía que darme prisa, si no lo hacía, la tarde no bastaría para nada. En el apartamento me esperaba una larga lista de tareas que hacer, aunque la más importante sólo era una: la tesis. Repentinamente al pensar en ello me comenzó a doler la cabeza, por lo que la idea de volver a casa se volvió casi un sufrimiento. Busqué entre las calles heladas, alguna cafetería para resguardarme del frío y poder pensar con claridad. No había nada. Seguí caminando enfurruñada por mi falta de inspiración, cuando de golpe una conocida melodía comenzó a inundar el silencioso recorrido.
No muy lejos de la calle principal había un callejón, angosto y sucio, al final de éste escondida en una esquina, había una pequeña tienda, de cartel desgastado y ventanas tan sucias como el callejón mismo. Sin preocuparme de llamar entré, esperando encontrarme una radio encendida o algún tocadiscos anticuado, pero para mi sorpresa habían cuatro ancianos, tocando enfurruñados. Ninguno me miró cuando me detuve delante de ellos, sorprendida y aún con las manos heladas.
- ¡Lo estás haciendo mal!- gritó un anciano totalmente calvo, con la piel morena y la cara llena de arrugas. Sujetaba con cariño un violín color caoba, reluciente y quizá más viejo que el mismo.- ¡Te adelantas en el compás veinte!- volvió a gritar mientras sujetaba el arco y golpeaba en el aire marcando el compás- ¿Entiendes?
El anciano regañado, a diferencia del otro era grande, gordo y de expresión amable, pálido y con una gran mata de cabellos atada en una trenza. Era algo extraño mirar un viejo con una trenza, mientras sujetaba el contrabajo con increíble dulzura. Los otros dos ancianos tan sólo se miraban suspirando una y otra vez, mientras marcaban algo en una arrugada hoja de papel. Fue uno de éstos quién me miró dedicándome una amable sonrisa.
- ¿Deseas algo?- preguntó con un aspecto enfermizo que destacaba entre sus cabellos negros y rizados, de color negro y su piel grisácea.
Estaba a punto de contestar cuando el anciano del violonchelo volvió a tocar su monótona melodía. A pesar de que muchos decían que esa pieza era aburrida para ellos, él la tocaba con increíble ternura, rozaba el arco sobre las vibrantes cuerdas de una forma única y especial. No supe porqué, pero en el momento que los violines se unieron comencé a llorar. Cerré los ojos y escuché la dulce canción, sin importarme que las manos ancianas se equivocaran en una nota, o que alguno carraspease por flema, simplemente disfruté de la hermosa e imperfecta armonía. Era algo mágico.
- Te has preguntado alguna vez... ¿En que pensó Johnn cuando la compuso?- me preguntó el anciano del contrabajo, cuando los cinco tomábamos un humeante café.
- ¿En que pensaba?
Esa pregunta se quedó clavada en mi cerebro incluso después de despedirme del cuarteto. Llegué a mi frío apartamento, encendí la calefacción y entre la montaña de libros que tenía busqué el de “Vida de los Músicos Barrocos”. Pasé las páginas del libro una tras otras, con rapidez hasta llegar a la biografía de Johann Christoph Pachelbel. Leí con cuidado toda su historia, que fue realmente decepcionante, después navegué por internet buscando algo más profundo que aquello que había encontrado. Eran las tres de la madrugada cuando cerré el portátil y las enciclopedias que había abierto por todo el apartamento y por último me tiré en la cama, mirando el techo blanco y la tenue luz de mi habitación. ¿En qué pensó cuando la compuso? Intenté dormir, pero la pregunta revoloteaba por mi cabeza, inquietándome, sintiendo que algo estaba mal y que no debía descansar. Salté de la cama y corrí hasta llegar al piano que tenia medio escondido entre papeles, libros y cajas; abrí la tapa y toqué mientras recordaba lo que ponía en los libros escrita alrededor de 1680 y con fines desconocidos... ¿En qué estabas pensando Johann? rumiaba mientras dejaba que mis dedos tocaran cada una de las teclas del piano e iban apareciendo poco a poco las melodías que los ancianos habían tocado.
Casi sin darme cuenta, me había metido en una búsqueda sin un posible final,intentando encontrar la respuesta a aquella extraña duda que había llenado mi mundo, y que quizá en algún momento resolvería. Hice las maletas, y con la bendición de mis ancianos músicos me embarqué en un viaje sin fecha de vuelta. Tan sólo habíamos prometido en volver a vernos en “El Festival de Verano” cada uno con nuevas palabras para contestar a aquella pregunta que alguna vez se hizo.
El público rompió en un estallido de aplausos y halagos, yo me quedé sentada entre la personas que se ponían en pie, mientras seguían gritando cuando los músicos volvían a sus camerinos. Todo quedo nuevamente en silencio, y al cabo de unos minutos salieron cinco personas, nadie aplaudió con el mismo entusiasmo, ni se alegró tanto de su presencia como yo. Sonreí al ver el conjunto de ancianos enfundados en coloridas vestimentas, mientras se sentaban en forma de media luna y comenzaban a tocar.
Las últimas notas del bajo quedaron resonando en el aire, aún después de terminar de tocar. Nadie aplaudió hasta que yo lo hice, y poco a poco el auditorio se fue llenando de gritos de jubilo. Entre las miradas emocionadas de los espectadores, encontré en sus rostros la pregunta que en un momento tuve. Sonreí. Una pregunta que tan sólo aquellos cuatro viejitos y yo, podíamos contestar.
Espero que te guste.
Canon
El teatro estaba en silencio, cuando el contrabajo comenzó a sonar. Nadie comentaba nada, tan sólo oían como el instrumento repetía una y otra vez las mismas notas, esperando pacientemente a que el órgano apareciera, arrastrando consigo una lluvia de dulces violines...
Hacía frío, tanto que en el suelo se había formado pequeñas capas de hielo. Sentía como las manos se me congelaban dentro de los guantes, que estaban dentro de los bolsillos de la chaqueta. Tenía que darme prisa, si no lo hacía, la tarde no bastaría para nada. En el apartamento me esperaba una larga lista de tareas que hacer, aunque la más importante sólo era una: la tesis. Repentinamente al pensar en ello me comenzó a doler la cabeza, por lo que la idea de volver a casa se volvió casi un sufrimiento. Busqué entre las calles heladas, alguna cafetería para resguardarme del frío y poder pensar con claridad. No había nada. Seguí caminando enfurruñada por mi falta de inspiración, cuando de golpe una conocida melodía comenzó a inundar el silencioso recorrido.
No muy lejos de la calle principal había un callejón, angosto y sucio, al final de éste escondida en una esquina, había una pequeña tienda, de cartel desgastado y ventanas tan sucias como el callejón mismo. Sin preocuparme de llamar entré, esperando encontrarme una radio encendida o algún tocadiscos anticuado, pero para mi sorpresa habían cuatro ancianos, tocando enfurruñados. Ninguno me miró cuando me detuve delante de ellos, sorprendida y aún con las manos heladas.
- ¡Lo estás haciendo mal!- gritó un anciano totalmente calvo, con la piel morena y la cara llena de arrugas. Sujetaba con cariño un violín color caoba, reluciente y quizá más viejo que el mismo.- ¡Te adelantas en el compás veinte!- volvió a gritar mientras sujetaba el arco y golpeaba en el aire marcando el compás- ¿Entiendes?
El anciano regañado, a diferencia del otro era grande, gordo y de expresión amable, pálido y con una gran mata de cabellos atada en una trenza. Era algo extraño mirar un viejo con una trenza, mientras sujetaba el contrabajo con increíble dulzura. Los otros dos ancianos tan sólo se miraban suspirando una y otra vez, mientras marcaban algo en una arrugada hoja de papel. Fue uno de éstos quién me miró dedicándome una amable sonrisa.
- ¿Deseas algo?- preguntó con un aspecto enfermizo que destacaba entre sus cabellos negros y rizados, de color negro y su piel grisácea.
Estaba a punto de contestar cuando el anciano del violonchelo volvió a tocar su monótona melodía. A pesar de que muchos decían que esa pieza era aburrida para ellos, él la tocaba con increíble ternura, rozaba el arco sobre las vibrantes cuerdas de una forma única y especial. No supe porqué, pero en el momento que los violines se unieron comencé a llorar. Cerré los ojos y escuché la dulce canción, sin importarme que las manos ancianas se equivocaran en una nota, o que alguno carraspease por flema, simplemente disfruté de la hermosa e imperfecta armonía. Era algo mágico.
- Te has preguntado alguna vez... ¿En que pensó Johnn cuando la compuso?- me preguntó el anciano del contrabajo, cuando los cinco tomábamos un humeante café.
- ¿En que pensaba?
Esa pregunta se quedó clavada en mi cerebro incluso después de despedirme del cuarteto. Llegué a mi frío apartamento, encendí la calefacción y entre la montaña de libros que tenía busqué el de “Vida de los Músicos Barrocos”. Pasé las páginas del libro una tras otras, con rapidez hasta llegar a la biografía de Johann Christoph Pachelbel. Leí con cuidado toda su historia, que fue realmente decepcionante, después navegué por internet buscando algo más profundo que aquello que había encontrado. Eran las tres de la madrugada cuando cerré el portátil y las enciclopedias que había abierto por todo el apartamento y por último me tiré en la cama, mirando el techo blanco y la tenue luz de mi habitación. ¿En qué pensó cuando la compuso? Intenté dormir, pero la pregunta revoloteaba por mi cabeza, inquietándome, sintiendo que algo estaba mal y que no debía descansar. Salté de la cama y corrí hasta llegar al piano que tenia medio escondido entre papeles, libros y cajas; abrí la tapa y toqué mientras recordaba lo que ponía en los libros escrita alrededor de 1680 y con fines desconocidos... ¿En qué estabas pensando Johann? rumiaba mientras dejaba que mis dedos tocaran cada una de las teclas del piano e iban apareciendo poco a poco las melodías que los ancianos habían tocado.
Casi sin darme cuenta, me había metido en una búsqueda sin un posible final,intentando encontrar la respuesta a aquella extraña duda que había llenado mi mundo, y que quizá en algún momento resolvería. Hice las maletas, y con la bendición de mis ancianos músicos me embarqué en un viaje sin fecha de vuelta. Tan sólo habíamos prometido en volver a vernos en “El Festival de Verano” cada uno con nuevas palabras para contestar a aquella pregunta que alguna vez se hizo.
El público rompió en un estallido de aplausos y halagos, yo me quedé sentada entre la personas que se ponían en pie, mientras seguían gritando cuando los músicos volvían a sus camerinos. Todo quedo nuevamente en silencio, y al cabo de unos minutos salieron cinco personas, nadie aplaudió con el mismo entusiasmo, ni se alegró tanto de su presencia como yo. Sonreí al ver el conjunto de ancianos enfundados en coloridas vestimentas, mientras se sentaban en forma de media luna y comenzaban a tocar.
Las últimas notas del bajo quedaron resonando en el aire, aún después de terminar de tocar. Nadie aplaudió hasta que yo lo hice, y poco a poco el auditorio se fue llenando de gritos de jubilo. Entre las miradas emocionadas de los espectadores, encontré en sus rostros la pregunta que en un momento tuve. Sonreí. Una pregunta que tan sólo aquellos cuatro viejitos y yo, podíamos contestar.
¡Hola! La verdad, es que lo había leído en tu blog de historias y me había quedado con que no entendía el final, creo que no lo comenté por eso mismo. Ahora, lo leo y creo haberle cazado esa pasión, pero no estoy realmente muy segura de haberlo hecho xD
ResponderEliminarAun así, me gustó. Me dejó pensando al menos.
¡Cuidate!
Bye!
¿Lo publiqué ahí? Vaya, no me acordaba... quizás tenga que leerla y saber que es lo que falla. Aún así me gusta que te haga gustado.
EliminarCuíate