Alianza: 5. Compromisos
5. Compromisos:
Pronto esa casa llena de lujos se volvió la suya. Quizás no tenía tanto poder para decorar o elegir según que muebles, pero sentía que sus opiniones eran valoradas y tenidas en cuenta, algo que en su antiguo hogar no las tenían. La adaptación fue más agradable de lo que tenía planeado. El primer día ya había captado el temperamento de sus futuros suegros, por lo que iba con pies de plomo durante las primeras semanas, a la segunda ya sentía que podía pisar con más tranquilidad y cuando se cumplió el mes, ya formaba parte de la familia. Todo se debía porque Fredick era un gran hablador y la involucraba más de lo necesario en la vida hogareña, aunque lo que él consideraba “hogar”, era sentarse en las salas de te a hablar sobre temas que a nadie más que a él le importa. Por suerte, Freya era historiadora y sabía tantas cosas que a nadie le importaban que captó rápidamente el interés de su suegro. Los días se le pasaban agradables siendo acogida por la grave voz de su suegro y por las noches, arropada por los brazos de su futuro marido. Si debía ser honesta, el primer mes fue sencillamente perfecto. No tenía que preocuparse de los labores domésticos, tampoco de buscar empleo y tampoco de hacer las cosas bien. Simplemente con hablar y disfrutar a sus suegros ya se le daba por válido, por otra parte Kaile se pasaba bastante tiempo trabajando, por lo que solo compartían tiempo durante la noche, aunque eso rápidamente cambió.
Su vida social no había sido especialmente abundante anteriormente. Tenía un par de amigas, pero tampoco solía salir mucho con ellas, después de todo cada una tenía su vida, sus parejas y sus trabajos, por lo que pasar el tiempo con una parada, era algo bastante complicado, pero en su nueva vida se había acabado lo de pasar los viernes por la noche en el sofá mirando una película. Los McClarie tenían una agenda social ajustada y apretada, y más ahora cuando su primogénito había conseguido el amor, por lo que siempre estaban marchando de fiesta en fiesta, conociendo a gente y abriendo su círculo social. Nunca se había considerado una persona tímida, pero codearse con gente con tanta clase le hacía sentirse realmente estúpida. Por regla general iba tan sólo con sus suegros, puesto que Kaile odiaba esas fiestas y se escaqueaba diciendo que tenía trabajo, por lo que terminaba asistiendo ella sola. La mayor parte de esas veces, terminaba en un rincón avasallada a preguntas que tenía que ir respondiendo de forma desordenada y poco claras, después de todo, su historia con Kaile era una mentira y todavía tenían huecos que no habían tenido tiempo de cerrar, por eso cuando se acercaba alguien siempre terminaba huyendo. Pronto se gano el nombre de “Freya, la diosa de la timidez”. Algo que a la mayor parte de esa gente le pareció adorable y la querían por eso. Al principio le disgustaba ese apodo, pero cuando se fue aclimatando a esa vida, poco a poco le terminó cogiendo el gusto.
Después de tres meses conviviendo con los McClarie no le importaba absolutamente nada los rumores sobre su apodo, tampoco como la miraban y se esforzaba para elegir ropa que la gente fuera a alabar. Comenzaba a hacer cosas que nunca antes hacía, se estaba moviendo en otro ambiente y entre otra gente que no combinaban con su antigua vida, algo que de vez en cuando necesitaba recordar. A veces llamaba a su madre, otras veía a sus hermanos y como gotas a sus amigas, les contaba lo feliz que era y lo llena que se sentía, pero en el fondo de su corazón sabía que no era todo lo feliz que podía ser... Kaile era un hombre estupendo, la trataba como una princesa y era un conversador nato, pero a la hora de intimar seguían siendo totalmente distintos. Terminaron por saltar en la cama y gemir para que sus padres tuvieran los espectáculos usuales de parejas enamoradas, pero sabían que no podían seguir así. Mientras fueran novios podrían seguir con el papel, pero cuando a ella le pusieran la alianza en el dedo, deberían consumar el matrimonio y ambos debían estar preparados para ello...
Llovía tan fuerte que la televisión tan sólo se oía como un murmullo. Freya apagó el aparato y se quedó mirando la ventana distraídamente. Aún seguía pensando en lo que le había dicho Kaile sobre consumar el matrimonio. Ella era consciente de que para él supondría un problema, puesto que no la veía atractiva sexualmente, pero por mucho que le doliera aceptarlo, en cierto modo quería a su prometido. No estaba enamorada, pero disfrutar de una noche sexual con él sería casi como un milagro, aunque su milagro le haría daño. En cierto modo él lo pasaría mal y estaba buscando formas para que hacerlo fuera menos complicado, porque pronto sería la boda y debían estar preparados.
- ¿En que piensa?- preguntó Kaile saliendo del baño, llevaba una toalla enrroscada en la cintura, mientras con otra se secaba su cabello revuelto. Tenía las mejillas rojas y su pecho blanco y grande chorreaba agua. Freya se mordió el labio y apartó la mirada de él.
- De como hacer el amor contigo...- dijo sin pensar. Al momento se giró para comprobar que él sonreía divertido. Se acercó a ella y le beso en los labios.
- Yo también lo pienso y creo que si me emborracho... irá bien.- le aseguró guiñándole un ojo.
- Entonces mañana compraré el licor más fuerte de Noruega.- rió aún embriagada por sus besos.
- Veamos quien tiene más aguante.- le pica divertido mientras se iba al armario para vestirse.
Esa noche durmieron abrazados, sintiendo la respiración del otro y mentalizándose que el día siguiente tendrían que hacer algo más que abrazarse, después de todo en cuestión de días la boda se realizaría y deberían aparentar estar muertos de deseo por el otro...
Pronto esa casa llena de lujos se volvió la suya. Quizás no tenía tanto poder para decorar o elegir según que muebles, pero sentía que sus opiniones eran valoradas y tenidas en cuenta, algo que en su antiguo hogar no las tenían. La adaptación fue más agradable de lo que tenía planeado. El primer día ya había captado el temperamento de sus futuros suegros, por lo que iba con pies de plomo durante las primeras semanas, a la segunda ya sentía que podía pisar con más tranquilidad y cuando se cumplió el mes, ya formaba parte de la familia. Todo se debía porque Fredick era un gran hablador y la involucraba más de lo necesario en la vida hogareña, aunque lo que él consideraba “hogar”, era sentarse en las salas de te a hablar sobre temas que a nadie más que a él le importa. Por suerte, Freya era historiadora y sabía tantas cosas que a nadie le importaban que captó rápidamente el interés de su suegro. Los días se le pasaban agradables siendo acogida por la grave voz de su suegro y por las noches, arropada por los brazos de su futuro marido. Si debía ser honesta, el primer mes fue sencillamente perfecto. No tenía que preocuparse de los labores domésticos, tampoco de buscar empleo y tampoco de hacer las cosas bien. Simplemente con hablar y disfrutar a sus suegros ya se le daba por válido, por otra parte Kaile se pasaba bastante tiempo trabajando, por lo que solo compartían tiempo durante la noche, aunque eso rápidamente cambió.
Su vida social no había sido especialmente abundante anteriormente. Tenía un par de amigas, pero tampoco solía salir mucho con ellas, después de todo cada una tenía su vida, sus parejas y sus trabajos, por lo que pasar el tiempo con una parada, era algo bastante complicado, pero en su nueva vida se había acabado lo de pasar los viernes por la noche en el sofá mirando una película. Los McClarie tenían una agenda social ajustada y apretada, y más ahora cuando su primogénito había conseguido el amor, por lo que siempre estaban marchando de fiesta en fiesta, conociendo a gente y abriendo su círculo social. Nunca se había considerado una persona tímida, pero codearse con gente con tanta clase le hacía sentirse realmente estúpida. Por regla general iba tan sólo con sus suegros, puesto que Kaile odiaba esas fiestas y se escaqueaba diciendo que tenía trabajo, por lo que terminaba asistiendo ella sola. La mayor parte de esas veces, terminaba en un rincón avasallada a preguntas que tenía que ir respondiendo de forma desordenada y poco claras, después de todo, su historia con Kaile era una mentira y todavía tenían huecos que no habían tenido tiempo de cerrar, por eso cuando se acercaba alguien siempre terminaba huyendo. Pronto se gano el nombre de “Freya, la diosa de la timidez”. Algo que a la mayor parte de esa gente le pareció adorable y la querían por eso. Al principio le disgustaba ese apodo, pero cuando se fue aclimatando a esa vida, poco a poco le terminó cogiendo el gusto.
Después de tres meses conviviendo con los McClarie no le importaba absolutamente nada los rumores sobre su apodo, tampoco como la miraban y se esforzaba para elegir ropa que la gente fuera a alabar. Comenzaba a hacer cosas que nunca antes hacía, se estaba moviendo en otro ambiente y entre otra gente que no combinaban con su antigua vida, algo que de vez en cuando necesitaba recordar. A veces llamaba a su madre, otras veía a sus hermanos y como gotas a sus amigas, les contaba lo feliz que era y lo llena que se sentía, pero en el fondo de su corazón sabía que no era todo lo feliz que podía ser... Kaile era un hombre estupendo, la trataba como una princesa y era un conversador nato, pero a la hora de intimar seguían siendo totalmente distintos. Terminaron por saltar en la cama y gemir para que sus padres tuvieran los espectáculos usuales de parejas enamoradas, pero sabían que no podían seguir así. Mientras fueran novios podrían seguir con el papel, pero cuando a ella le pusieran la alianza en el dedo, deberían consumar el matrimonio y ambos debían estar preparados para ello...
Llovía tan fuerte que la televisión tan sólo se oía como un murmullo. Freya apagó el aparato y se quedó mirando la ventana distraídamente. Aún seguía pensando en lo que le había dicho Kaile sobre consumar el matrimonio. Ella era consciente de que para él supondría un problema, puesto que no la veía atractiva sexualmente, pero por mucho que le doliera aceptarlo, en cierto modo quería a su prometido. No estaba enamorada, pero disfrutar de una noche sexual con él sería casi como un milagro, aunque su milagro le haría daño. En cierto modo él lo pasaría mal y estaba buscando formas para que hacerlo fuera menos complicado, porque pronto sería la boda y debían estar preparados.
- ¿En que piensa?- preguntó Kaile saliendo del baño, llevaba una toalla enrroscada en la cintura, mientras con otra se secaba su cabello revuelto. Tenía las mejillas rojas y su pecho blanco y grande chorreaba agua. Freya se mordió el labio y apartó la mirada de él.
- De como hacer el amor contigo...- dijo sin pensar. Al momento se giró para comprobar que él sonreía divertido. Se acercó a ella y le beso en los labios.
- Yo también lo pienso y creo que si me emborracho... irá bien.- le aseguró guiñándole un ojo.
- Entonces mañana compraré el licor más fuerte de Noruega.- rió aún embriagada por sus besos.
- Veamos quien tiene más aguante.- le pica divertido mientras se iba al armario para vestirse.
Esa noche durmieron abrazados, sintiendo la respiración del otro y mentalizándose que el día siguiente tendrían que hacer algo más que abrazarse, después de todo en cuestión de días la boda se realizaría y deberían aparentar estar muertos de deseo por el otro...
Capítulo cuatro |
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