Alianza: 3.Adiós

3. Adiós: 

La voz de Kaile al otro lado de la línea parecía aliviada. No hacía falta que fuera enfático o incluso que hablara en un tono más alto, solamente fue escuchar como reaccionaba ante su respuesta que comprendió lo muy feliz que le hacía su respuesta. A decir verdad no había tardado mucho en pensarlo, porque quería tanto salir de esa casa, comenzar su nueva vida que los efectos secundarios de su decisión tampoco le importaban mucho. Desde ese día había estado pensando que marcharse de ahí sería tan positivo para su familia como para ella, incluso con su partida la relación entre ellos mejoraría. Así había pasado con su hermana mayor, ahora la toleraba un poco más.


Colgó el teléfono después de apuntar la dirección de la casa de él y también el número de una empresa de mudanza que se encargaría de hacerle todo el transporte. Algo que agradeció absolutamente. No le importaba hacerlo ella, pero a decir verdad tener que pedirle el coche a su madre suponía un gasto de energía que prefería ahorrar para explicarle como se iba a ir. Porque no estaba dispuesta a decirle nada sobre su plan. Tendría que buscarse alguna verdad a medias para que su progenitora no comenzara a hablar y a sacar conclusiones precipitadas, porque sabía que no se contentaría sólo con saber que se iba, ella querría saber todo. Absolutamente todo. Y ese todo, sabía que no podría decírselo. Hacerlo suponía aceptar que estaba desesperada y que se había cogido a un clavo ardiendo, aunque si debía ser honesta eso era lo que había hecho. Miró el papel con los números y salió de su habitación para comprobar que todos se habían marchado y que se encontraba sola en la casa. Al menos ese tiempo podría inventarse una buena excusa, porque tan sólo tenía tres días para dejarlo todo arreglado. Kaile vendría a por ella el domingo. Un día antes de que sus futuros suegros organizaran una comida semanal. No le había preguntado a él que excusa le daría a sus padres tampoco, por lo que pensó que quizás sería mejor hablárlo entre ellos. Volvió a su habitación, cogió el teléfono y mientras paseaba por los pasillos vacíos y silenciosos aclaró con él como sería la historia que le plantearían a los dos. 

Ese día Kaile vestía con unos vaqueros negros rasgados, una camisa de cuadros de tela gruesa y su cabello siempre bien pegado a la cabeza, algo despeinado. Llevaba una barba de pocos días y sus ojos se mostraban más brillantes de los que recordaba. Le dijo lo muy guapo que estaba y lo dejó pasar, aún su madre y hermanos no habían llegado, por lo que tendrían tiempo de retocar su historia antes de resolverlo todo. Lo primero era decirles cómo se habían conocido y desde hace cuanto, después cómo se mantendrían y por último cuándo se irían. Para su sorpresa lo había pensado todo, tenía una historia tan creíble como que su nombre era Freya. 

- Dijiste que has estado haciendo las prácticas en unos colegios ¿no?- confirmó él mientras le ayudaba a armar las cajas para comenzar a guardar sus cosas. 

- Si, en el Colegio Benedicto X.- dijo ella sacando los libros y colocándolos en las cajas hechas. 

- Mi familia es inversora de ese colegio. - ríe divertido.- Así que puedes decir que nos conocimos ahí, mientras tú hacías las prácticas. - antes de que pudiera decir nada agregó- no lo hablaste con ella porque no creías que lo nuestro iría tan serio y tampoco me presentaste antes porque no querías gafárlo.- ante la mirada atónita de ella, él guiño un ojo divertido y prosiguió.- Así que en teoría nos conocemos desde más o menos un año y llevamos tonteando un año y medio. - dice terminado la última caja y pasando a meter los adornos que ella tenía por el cuarto.- Y quizás lo más difícil será lo del trabajo... 

Durante unos segundos se armó un silencio incómodo. Ninguno de los dos había hablado antes del tema de trabajo, sólo de cómo hacer que ella saliera de casa. En su cabeza tenía muy claro que sería una mujer florero, porque eso era lo que necesitaba Kaile, una mujer sumisa y tranquila que pudiera callar los rumores de sus padres para dejarlo tranquila, por lo que el trabajo no entraba como una opción. Los dos dejaron de hacer lo que hacían, para sentarse uno al lado del otro en la cama y cogerse la mano. A pesar de que tan sólo se conocían desde unas semanas entre ellos se había establecido un vínculo tan íntimo que ni tenía con sus hermanas o con sus amigas. Otro detalle que pensar. ¿Cómo se los diría a ellas? No quería mentirles, pero también sabían que ninguna estaría a favor de su decisión, pero no tenía tiempo para pensar en ellas. Su vida era prioridad, su estabilidad mental y física. Y con él lo iba a conseguir todo, los demás detalles se podrían solucionar más adelante. 

- Dirijo una sucursal en el centro, es muy pequeña y todos se conocen entre ellos. El enchufismo no está bien visto, pero al ser el jefe... puedo meterte.- habló con voz ronca.- ¿Cómo llevas la informática y la mecanografía?- preguntó curioso. 

- Bastante bien, no creo que tenga problema en teclear según que cosas.- dijo orgullosa de ella misma. Algo bueno tendría escribir cada día cualquier chorrada en su ordenador. 

- Perfecto. Entonces el lunes antes de la comida iremos a mi empresa, te enseñaré un poco todo y comenzarás la semana siguiente. ¿Te parece bien? 

- ¿Durante cuanto tiempo?- quiso saber inquieta. Al menos saber que tendría un trabajo le alegraba un poco. 

- No lo sé, justamente nuestra secretaria se ha dado de baja. Puede ser una semana o un mes o tres años.- se hunde de hombros. 


Ella sonrió y le besó en los labios cerrando su convenio. A su vez él sonrió y le correspondió. La muestra de cariño entre ellos no era incómoda, tampoco extraña, era como si fueran dos amigos que compartían un abrazo. No había amor sexual en aquello, sólo cariño y una enorme gratitud. Ninguno de los dos sabía cuando iba a durar aquel convenio, pero sabían que la relación que habían forjado no se jodería por nada que pasara en el futuro. 

Las presentaciones y explicaciones fueron tomadas con sorpresa e incluso Freya notó que su madre se ofendía más de una vez. En ningún momento hubo incomodidad o rechazo sobre lo que decían, más bien parecía que su familia no se lo creía, algo que en cierto modo le hacía regocijarse. Durante esos días pensó que simplemente su madre la había asustado, para que espabilara y que no le volvería a recordar lo de dejar la casa. Con el paso de los días el rencor y la hipersensibilidad había disminuido. Seguía sintiéndose muy usada, estafada y lastimada, pero sabía que su madre la quería y también podía aceptar que su juicio había sido teñido por el dolor. Era consciente que referente a su madre era una hipersensible, por eso sabía que irse sería tan bueno como esperanzador. Por una parte su madre y hermanos tendrían que espabilarse a la fuerza y ella podría descansar de toda la presión. Era algo perfecto, algo ideal pero cuando Kaile se fue de la casa y ella se recluyó en su habitación para terminar de doblar la ropa y meterla en las maletas, su madre se paró en el marco de la puerta y la miró. 

- No hace falta que te marches...- murmuró con voz ahogada.- Si trabajas puedes quedarte.- agregó.- Pensé que te lo había dicho... 

- Lo sé, mamá. Pero quiero irme.- habló sin dejar de hacer las cosas.- Quiero comenzar a vivir con Kaile cuanto antes...- al ver como su madre iba a decir algo le cortó.- Soy adulta mamá, no te atrevas a decir como he de hacer mi vida.- dice dura.- Tú me echaste, ahora me voy. 

Quizás sus palabras fueron más duras de lo que quería, pero necesitaba dejar claro que no se iba a echar para atrás. Ya había tomado el paso y ahora ya no sólo dependía de ella, quizás las cosas con su familia estaban mejorando pero las de Kaile todavía no. No podía abandonarle ahora, no cuando él le estaba ofreciendo trabajo, casa y comida. Y quizás algo secundario, un poco de amor. 
Todo estaba tomado y su madre le debía dejar marchar. 

Los tres la acompañaron hasta coger el coche, Kaile estaba dentro esperando a que se subiera y pudieran marchar a casa. En ningún momento se mostró incomodo o con prisas, simplemente dejo que ella abrazara uno por uno a los miembros de su familia, que se despidiera y que mirara de forma melancólica la casa, el jardín y la calle donde había crecido. 
Con un nudo en la garganta se giró y entró al coche. No dijo “adiós” porque sabía que si lo hacía terminaría llorando y era lo último que quería. No sólo estaba cambiando de página de su historia, sino también cambiando de libro y de género. Su vida comenzaba a ser distinta y ya no tendría el apoyo de su madre, porque todo lo que iba a ocurrir desde ese momento iba a ser secreto. Un secreto muy difícil de guardar.

Capítulo dos
Capítulo cuatro
                                                                                                                                 

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