¡Escógeme!: Seis

Seis:

La piel de su ángel era tan delicada como un cristal, aunque tan maleable como una plastilina. Aún podía ver las huellas de la pasión en su espalda, las marcas de sus manos en sus pechos, caderas y sus besos bien tatuadas en la ingle, clavícula y cuello. Una parte primitiva que desconocía le había hecho hacérselo, quería dejar constancia que habían hecho el amor y no de una forma distante y animal. En cada roce, cada gemido y caricia se podía notar la necesidad, era como si sus cuerpos hubieran estado llamándose uno al otro durante décadas. En cierto modo él ya lo sabía. Esa mujer había estado hecha para él, pero un seguido de malas decisiones le habían alejado de su lado. Ahora sabía que mantener las manos lejos de su escultural y sexual cuerpo le llevaría más concentración y control que del que ya tenía. Después de todo durante los días pasados, tan sólo se podía imaginar yaciendo a su lado, oía en su cerebro sus implóros y lloriqueos y secretamente se acariciaba en la ducha, calmando el deseo que le corroía interiormente, pero ese momento ya todo era diferente. Había probado de ella y sabía los efectos que tenía en su cuerpo. Gruñó y se levantó de la cama, aún duro como un mástil, dispuesto a embestir en su interior como un burdo animal. Se metió en la ducha, encendió el agua fría y sin importarle nada el tiempo se dejó bañar por la agua gélida.

Mentiría si decía que no captaba cada muestra de coqueteo de su prometida. Mentiría si dijera que más de una vez no quiso empotrarla contra la pared y hacerle el amor, marcarla otra vez como un cavernícola y gruñir cuando llegaba al climax dentro de ella. Era consciente de que todas las veces que habían tenido relaciones, ya que no había sido una sola, ninguna utilizaron protección. Una parte muy oculta en él se sentía orgulloso, había plantado una semilla y tan sólo había que esperar a que ésta floreciera. Pero su deseo escondido pronto se marchito cuando una mañana manchó la cama. Nunca le había desagradado el periodo femenino, pero por primera vez lo odio. ¿Cuantas veces tendría que germinar en su interior para dejar una marca imposible de borrar? Sabía que atarla a él con un bebé no era lo más ético, pero en cierto modo pensaba que si ella notaba que tenía algo suyo, ganaría terreno. Aunque su parte más racional le daba estocadas en la cabeza demostrándole lo entregada que ya estaba su mujer.

Hinata había florecido delante de sus ojos, lucía radiante, pletórica y como una mujer en todas sus condiciones. Aquel vestido se le ajustaba a sus curvas, el escote dejaba entrever un generoso escote y los tacones tan solo realzaban las bonitas piernas y trasero que le hacía perder el control. Sabía que tenía en sus manos el cuerpo de aquella diva sexual, pero era un hombre avaricioso y quería más. Quería su alma, su corazón, su amor y respeto. Lo quería todo.

- Lo quiero todo. - confesó una noche tras una sesión de sexo salvaje en el jacuzzi de la habitación.


Ella levantó la cabeza de su pecho, con las mejillas sonrosadas y los ojos iluminados de una forma que él no supo comprender. Le acarició la mejilla y beso su frente, nariz, mejilla hasta detenerse en sus rosados labios. Le rogó un beso que ella contestó como si fuera agua fresca en un caluroso verano. Bebieron del uno del otro, aún sintiendo sus miembros entrelazados. Calentándose una vez más y exigiendo del otro lo que les pertenecía. Estaban apunto de hundirse en otro acto sexual salvaje cuando el teléfono de la habitación sonó. A regañadientes separó a Hinata de su cuerpo, salió de ella y de dentro del jacuzzi para correr tan desnudo como había nacido hacia el teléfono. Con una divertida sonrisa la miro, cogió el teléfono y con la mano libre se acariciaba la erección que latía en su mano, provocando perversamente a su prometida, que la miraba como una gata en celo, agazapada y dispuesta a comerse aquello que era suyo.

A pesar de que seguía con la mano en su miembro y la mirada de ella le provocaba, al escuchar la voz de su padre en la otra línea y de informarle de algo, toda la sensualidad y perversión del momento se fue, y su amigo cayó muerto entre sus piernas, haciendo que ella gimiera de decepción y mirara al propietario con un claro reproche, pero al comprobar que los ojos oscuros de su macho habían perdido la luz comprendió que algo malo había pasado...

Capítulo cinco
Capítulo siete
                                                                                                                                                              

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