Alianza: 1. Ultimatum

Sigo con las historias que tengo abiertas (tranquila, que sólo hay dos) así que como dije antes iré subiendo capítulos diarios para poder escribir prontos los últimos y así terminar con éste molesto pero positivo traslado.
Sin más te dejo con el capítulo.

Nombre: Alianza.
En proceso.
Original
Si quieres colgar la historia en algún lugar ¡adelante! No te olvides de dar créditos y pedírmelo.


Prólogo:
Durante años había vivido engañada. Disfrutando de unos privilegios falsos y adorando a las personas equivocadas. Jamás llegó a pensar que todo aquello que sentía era una vil treta para mantenerla con los ojos cerrados y seguir disfrutando de sus favores de forma ilimitada, pero todo tiene su fin y a ella le había llegado. Quizás no de la manera que se merecía, pero de la única manera que le haría quebrar esa falsa imagen de familia perfecta que tenía.


1 .Ultimatum:

Sus oídos no creían lo que estaba escuchando. Era como si la que recibía la información era otra persona y no ella. Sentía como su madre estaba hablando con otro ser que no fuera ella, pero en los ojos de sus hermanos comprendió que toda esas palabras carentes de emoción iban destinadas a ellas. En cierto modo su cerebro había edulcorado la conversación en su memoria para poder evitar sentir rechazo a medida que pasara el tiempo, pero en ese entonces sólo podía analizar sin pizca de objetividad lo que aquel ser llamado madre le estaba diciendo. Una parte ilusa de su cerebro y corazón esperó a que sus hermanos la defendieran, pero se mantenían callados mientras el demonio vestido de madre le informaba que en breve tiempo debería abandonar la casa familiar. Los motivos eran comprensibles, teniendo en cuenta que su hermana mayor había dejado la casa a esa misma edad años atrás, pero aún así sentía que aquello era injusto. Se secó las manos sudadas en el delantal y aceptó con un nudo en la garganta lo que su progenitora le estaba diciendo. Recogió el plato de su cena mientras escuchaba a lo lejos como los demás miembros del consejo familiar informaban de que ella se echaría a llorar o que estaba enfadada. En ese momento no estaba segura si lo que sentía su pecho era enfado o dolor, pero no se quedó en la cocina para averiguarlo. Se despidió con educación y se encerró en su habitación mientras lo ocurrido se repetía una y otra vez en su cabeza. Su madre le había echado de casa. Eso era lo único que su cerebro lograba comprender. Se dejó caer en la cama y dejó que una explosión de sentimientos le invadiera el cuerpo y el alma. Jamás se había considerado una persona malvada. Si era rencorosa y le costaba perdonar, pero eso no quería decir que no quisiera hacerlo. No tenía mal en su cuerpo. En sus veintiseis años de vida jamás había albergado deseo de mal alguno a nadie y eso que podía escribir una lista larga de personas que la hayan herido y esa larga lista comenzaba con el nombre de su madre. Y no a partir de ese día, sino desde siempre. Desde pequeña sabía el carácter egoísta y egocéntrico de ella, jamás lo había puesto en duda, pero claro era su hija y no quería ofenderla, a pesar de que esa mujer lo hacía día tras día. Quizás a ojos de un desconocido no lo fuera pero el desprecio continuo al cuidado de la casa, de sus hermanos, la paciencia absoluta por su descuido, su ausencia constante en el día de su vida y sobre todo, esa necesidad absurda que tenía aquella mujer en escuchar todo lo que sus hijas tenían que decirle siempre y cuando ellas les ofrecieran algo mejor. Quizás no eran ofensas de reformatorio, no tenía heridas ni cardenales en la piel, pero su alma estaba desgarrada. Y lo peor de todo es que en todos sus años de vida había creído que algún día su madre se daría cuenta que mientras su hermana mayor y ella disfrutaban de la vida, ella se quedaba en casa cuidando a los pequeños cuando no era su trabajo. Sólo deseaba el reconocimiento para perdonar, pero su límite había llegado y para ciertas personas el perdón no existía y para aquel demonio llamado madre no lo había.

Llevaba dos meses enteros buscando trabajo, y parecía que la suerte no estaba de su lado. Sabía que no debía estresarse mucho, porque después de todo la bruja se había ofrecido a pagarle los primeros meses de alquiler cuando se marchara. Al menos podía respirar tranquila por eso, pero la verdad era que no quería tener que aceptar nada más de aquella mujer. Le había echado de casa aún sabiendo que la situación laboral no era buena, y más sabiendo que hacía poco que se había graduado en la universidad con las mejores notas y unas referencias de aupa y aún así nadie le había llamado. Era una crueldad por su parte, pero tenía el detalle de ofrecerle dinero durante una temporada. Quizás a su hermana mayor eso le había funcionado, pero para ella tener que aceptar más cosas de ese ser le repugnaba. Sabía que no podía negarse, pero quería agotar hasta el último gramo de esperanza en encontrar un trabajo y poder marcharse de aquel lugar. Era consciente que era algo absurdo, porque antes de esa noticia había buscado y no le contestaban a ninguna solicitud. Estaba graduada en historia, con experiencia en educación y grandes proyectos en mente, pero parecía que las mentes brillantes no llamaban la atención. Y así estaba ella, buscando trabajo de camarera o de reponedora en algún restaurante. Era consciente que si llegaba a trabajar en eso, su madre terminaría padeciendo un ictus, pero no le importaba. Ella no era clasista, como la mujer que le dio a luz. Ese ser jamás entraba a la cocina, jamás cogía una escoba y como lo tuviera que hacer estaría echándotelo en cara por el resto del día. Por eso había decidido aceptar todas las tareas domésticas sin rechistar. Así era su día a día. Trabajando sin cobrar en una casa que no la querían y encima con el aviso de desalojo. Su vida no podía ir peor. Muchas veces terminaba llorando en brazos de sus amigas, rezando a los dioses que le ayudaran, pero después de tanto tiempo sin respuesta había aceptado que ella no estaba en la lista de prioridades de las deidades.

Agotada físicamente y mentalmente decidió salir a tomar el aire. Necesitaba desconectar de su casa y aprovechar que sus hermanos estaban en el colegio y la bruja trabajando. En su bolso llevaba un sobre con curriculum, las llaves y el móvil. Ni tenía fuerzas para ponerse música. No necesitaba a ninguna cantante para hacer su vida más patética de lo que ya era. Suspiró y se sentó en un banco del enorme paseo que daba al mar. Estuvo tentada en lanzarse y congelarse, pero la idea de sufrir una muerte dolorosa le echaba para atrás, también en vender su cuerpo como las mujeres de la calle, pero se tenía estima y aunque le doliera, podía aceptar el dinero de su madre y sentirse una puta. Suspiró y miró al cielo deseando que su ángel de la guardia fuera a por ella, o que las Valkirias del Dios Odín decidieran que sus conocimientos eran necesarios para su ejército. Realmente no creía en todas esas cosas, pero ya no sabía a que barra cogerse. Estaba desesperada.

Volvió a suspirar al momento que oyó un lamento igual que el suyo. Había estado tan sumida en su desgracia que había desconectado sus sentidos de la realidad. A su lado, sentado con aspecto abatido estaba un hombre joven de unos treinta años, llevaba un traje azul marino bien planchado, el cabello negro engominado y pegado a la cabeza, una barba espesa cuidada y sus ojos verdes miraban a la nada con tristeza.

- La vida es una mierda. ¿No?- dijo ella sin saber por qué. Le daba la sensación que ese desconocido sufría igual que ella.

- Un poco. - asintió el hombre, giró la cabeza para mirarla y sonrió.- Me llamo Kaile.- le ofreció la mano. Ella se fijo que era muy fina y suave.

- Freya.- sonrió apenada estrechándosela.

- ¿De la diosa del amor?- quiso saber Kaile interesado.

En ese instante Freya desconectó de su desgracia, alejó su alma y corazón de su hogar para centrarse en lo amable y simpático que era aquel joven desdichado como ella. Si en ese momento hubiera sabido todo lo que Kaile le iba a ofrecer estando cuerda, posiblemente se hubiera negado por cientos de motivos, pero en el estado de necesidad que se encontraba aquella oferta era incluso mejor que tener el mejor trabajo en la Universidad de Noruega.

 
                                                                                                                                                        
                                                                                                                                                                                               Capítulo dos

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