El Mayordomo: Él


Túturu~
Aprovecho que es fin de semana para ponerme al día con el blog, con las reseñas y las historias que tengo pendientes. A decir verdad ésta ya está completa, son de pocos capítulos y... aunque le tengo bastante cariño, no siento que me he esforzado mucho en ella. Quizás es porque es una historia que no tiene mucha chicha, que no se puede explotar mucho más... pero aún así, me gustó mucho escribirla. Espero que te guste a ti también.
¡Allá voy!

Prólogo

Él:

Las ventanas se habían abierto durante la noche, las cortinas danzaban entre el marco y la pared, haciendo que el sol se filtrara a través de éstas e hicieran que me levantara más temprano. Abrí los ojos y me estiré aún bajo las sábanas. Intenté alargar más ese momento, pero al otro lado de la habitación se oían como los demás trabajadores de la mansión se habían puesto a trabajar. Además el aroma del café entraba debajo de la puerta y me animaba a empezar el día.
Salté de la cama, me lavé la cara con el cubo de agua que había dejado la noche atrás, me afeité la barba con cuidado y contemple mi rostro ante el espejo. Reí al verme unos años más joven, me pregunté como reaccionaría ella al verme así. Seguramente rompería a reír y me pediría con esa resplandeciente sonrisa que me dejara la barba. Yo, posiblemente obedecería.
Terminé de vestirme justo al momento que Rose entró en mi habitación y comenzaba a decirme con voz amorosa y algo molesta todas las tareas que debía hacer hoy. A pesar de que esa robusta y maternal señora no era mi madre, había ejercido de tal, tanto para mi como para ella. Esperé a que terminara su discurso y la acompañé a la cocina, dónde todo el personal de la casa comenzaba a desayunar para después iniciar su día de trabajo. Las cocineras ya tenías las cacerolas en el fuego, los jardineros sus trajes sucios y agujereados, los cocheros preparados para alimentar a los caballos y comenzar a llevar a los señores a sus respectos lugares. Por mi parte desayune con calma y no abandoné la cocina hasta que todos se habían marchado, entre el ruido de las cocineras y mis pensamientos degusté mi último trozo de pan antes de marcharme a donde se encontraría ella.

Sentada, sola y con una taza de café en las manos se encontraba ella. Tenía un aspecto algo distraído y soltaba con pesadez un melancólico suspiro. Quise hacer algún comentario sarcástico referente su aspecto, pero sabía que no era apropiado. Aún no estábamos solos, yo aún seguía siendo un trabajador y ella era mi señora. Sonreí y me acerqué a ella antes de que se girara, me aclaré la garganta para hacerla consciente de mi presencia a su vera. Ella giró su rostro, sus ojos grandes color caramelo se abrieron, sus labios rectos se curvaron en una sonrisa y sus mejillas usualmente pálidas se bañaron en un color carmesí.

- Buenos días, Señorita.- saludé formalmente haciendo una reverencia con la cabeza y con la mano derecha en el corazón.- ¿Ha dormido bien?- quise saber mientras volvía a llenarle la taza de café.

- Buenos días, Sebastian.- saludó ella a su vez mientras estiraba su brazo y cogía del mío con cariño.- No viniste...

No había queja ni rechazo en sus palabras, simplemente constato un hecho. Intenté disimular mi sorpresa y mi felicidad con un leve asentimiento.
Pronto el comedor se quedó vacío y tan sólo nos quedamos ella y yo. Diana seguía tomando su café, mientras recitaba como un loro las tareas que debía hacer esa mañana, yo de vez en cuando agregaba algo que se olvidaba y otras veces tan sólo reía. Hasta no encontrarnos solos, no volvió a sacar el tema...

- ¿Por qué?- estiró el brazo para abrir una silla a su lado y pedirme con la mano que tomara asiento. Yo obedecí. Siempre lo hacía.

- Sabe...- corté antes de seguir.- Sabes que es complicado.- tenía que recordar que cuando estábamos solos yo era solamente Sebastian y ella solamente Diana.
- Me van a casar...- me recordó estrujando una servilleta entre sus finas y delicadas manos.
- Lo sé.- murmuré odiando nuestra situación.

- Raptame. Llévame lejos de aquí...

Nuevamente nos sumergimos en un mundo dónde todo era diferente. Ella tan sólo era una simple mujer, que ayudaba en la empresa de sus padres mientras esperaba que alguien reclamara por su mano. A su vez, yo trabajaría en la granja de mi familia, tendría preparada una buena dote y me presentaría a mis suegros políticos para pedirle que Diana fuera mi mujer. En pocos días, haríamos las transacciones y pronto seríamos marido y mujer. Ella cocinaría ricos platos, yo cazaría buenas piezas de animales, mientras nuestros hijos jugaban en el jardín.
Era un mundo utópico donde los dos podríamos ser felices, pero la realidad era muy diferente.

- Señorita.- interrumpió alguien nuestra fantasía. Antes de que la puerta se abriera ya volví a adquirir mi posición de mayordomo a su derecha, esperando órdenes y con una aparente indiferencia.- El señor Miller llegó. 

Judith, la ama de llaves me miró pidiéndome perdón y yo sonreí con vergüenza. No era un secreto lo que sentía por Diana, a decir verdad todos los trabajadores de la familia Lorenzo sabían que ambos teníamos un romance, uno sin contacto físico, uno que se limitaba a palabras bonitas, a consejos sabios y a largos momentos juntos y sin ninguna interrupción. O al menos eso había sido así hasta hacía unos pocos meses. Un hombre llamado Miller, alto, con traje y bastón de calidad, con unos bigotes rubios al igual que su cabello, ojos rubios y porte aritocrático le había pedido al Señor Lorenzo casarse con Diana. Obviamente el señor Lorenzo al no conocer a dicho hombre, comenzó a investigar y terminó aceptando que ese señor, sería un buen marido para su hija. Nadie, incluso la propia madre de Diana pudo decir nada.
Ella se levantó de la mesa, no sin antes limpiarse educadamente la boca, arreglar su largo vestido y colocarse algún mechón de pelo suelto en su trabajado moño. Al separarse de la silla y alejarse, Judith me miró, guiñó un ojo y cerró la puerta para dejarnos unos segundos. Sabía que lo que haría podría complicar las cosas, pero conocía a mi señora, sabía que a veces un simple gesto podría cambiar su mundo entero. Me armé de valor y cruzando la fina línea que nos separaba estiré el brazo y la cogí del codo, tiré de ella y al momento que su pecho chocó contra el mío la bese. Segundos después ella me miraba con sus enormes ojos sorprendida y antes de cruzar el marco de la puerta y marcharse con el señor Miller, me susurró que me amaba.
Por los momentos, para ambos eso bastaría... aunque no sabíamos si su próximo marido me permitiría estar a su lado. Esa era una duda que todos teníamos, porque un hombre siendo mayordomo de una señorita era algo poco habitual.

Comentarios

  1. Me gustó la tensión que hay entre los personajes. Está muy bien planteada.

    Un abrazo

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  2. De antemano, me encanta el nuevo diseño de tu blog.
    Nuevamente debo recalcar tu talento para crear escenas, son geniales.
    ¡Un abrazo!

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    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias!
      Me alegra que te guste el diseño, he intentado que tenga mis colores favoritos...¡y lo conseguí!
      Un abrazote

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