Reflexión
Hay
oportunidades que se te presentan una vez en la vida.
Cosas
que en ningún momento hubieras pensado que ocurrirían, y que al
mismo tiempo es un anhelo que guardas dentro de tu corazón.
Pero
hay un problema en éstos acontecimientos inesperados... ¿Como
reaccionar?¿Como aceptarlos?
Un
perdón o una caricia, no puede aliviar años de dolor.
Un
soplo de aire fresco puede aliviar una quemada al sol, pero no puede
curar una herida.
Son
esas cosas que te hacen dudar si aceptar o rechazar, pero sabes lo
que puede suponer las dos elecciones...
Si
aceptas pueden ocurrir maravillas, quizás hayan mejoras, porque
después de todo eres una soñadora y tienes esperanzas. Eres una
ilusa que piensas que la gente cambia. Pero al mismo tiempo, temes
porque el dolor y los recuerdos pueden nublar tu juicio, te limitan a
tomar una buena decisión y no crees que ésta pueda ser la mejor.
En
cambio si rechazas todo estará como antes, o quizás cambie pero no
a mejor. El rechazo nunca se toma bien...
Pero
tampoco se le puede exigir a un ave, a que vuele el primer día de
quitarle las vendas de las alas.
Es
difícil tomar una decisión cuando está en juego todo lo
importante, es complicado elegir la respuesta correcta cuando una
parte de tu cerebro sabe que nada va a cambiar... ¿Cómo elegir
cuando el miedo es superior a la razón?
Por
que el herido debe ser quien tenga el deber de elegir si quiere que
las cosas cambien, cuando hay una gran posibilidad que no va a
cambiar. ¿Por qué?
¿Y
por qué se siente mal por temer y dudar?¿Qué respuesta hay?¿Dónde
la puede encontrar?
A veces hay que dejar que el río siga su curso y acabe donde tenga que acabar o se bifurque en otro lado,para seguir otro camino.
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