7 Pecados: La lujuria de la gula

 


¡F duerme!

El mes de septiembre se me está haciendo eterno y no sólo por el trabajo sino por otras cosas de la vida del adulto independiente. Al menos lo bueno de éste mes es que el calor ya se está marchando y llegan las lluvias y el fresquete... ¡Viva las sudaderas! 

Después de quejarme de mi existencia como toca en cada entrada, vengo con un nuevo reto. ¡Yuju! Tenía intención de seguir el de fuego en las palabras, pero como no tengo continuidad y un reto que es necesario que la haya, pues... con mi existencia caótica pues no va bien, así que he decidido evadir esa bola de responsabilidad y coger otra. Roxana está haciendo éste reto que es muy fácil trata de coger los 7 pecados capitales y hacer una historia con cada uno de ellos... es fácil ¿a que sí? Pues yo para hacerme la chula he decidido mezclar dos pecados como obviamente has visto en el título. Veamos que cosa me sale...

La lujuria de la gula

Nunca había sido un hombre especialmente interesado en el sexo femenino. A decir verdad tampoco en el sexo masculino. Más bien el tema de restregar dos cuerpos desnudos y sudorosos no era algo que me llamara la atención, era algo más como repulsa que otra cosa. Así que pasé mis primero doce años de existencia sin sentirme atraído por ningún ser del planeta. Ahora dirían que era asexual, yo simplemente me caracterizaba como un adolescente que aún no ardía en pajas... 

Mi existencia dulce e inocente sin sexo terminó cuando comencé en la academia de repostería. En ese entonces no creía que el amor me iba a estar esperando en la primera esquina, más bien ni tenía intención de sentir absolutamente nada por nada y por nadie. Tan sólo quería aprender y ser el mejor en mi área, pero el sexo tenía un plan diferente para mi. 

El primer día de clase me perdí en la academia, debía encontrar los vestuarios para cambiarme y dejar todos los chismes que llevaba encima. A diferencia de otros institutos o academias éste era un recinto muy pequeño, sin grandes habitaciones ni largos pasillos, tan sólo se encontraban dos clases y una enorme cocina que era prácticamente la mitad de la edificación. Y en un rincón escondido se encontraban los vestuarios. Bueno. Él vestuario. Entré con mi cuerpo delgaducho, sin grasa extra, sin moreno artificial y sin gomina pegada en el pelo. Y ahí en pelotas estaba ella. Con mi escaso conocimiento sexual del sexo femenino, me sorprendí al ver aquella mujer, ahora adulto y con pelos donde toca sé que ella era una Afrodita de Rubens. Caderas y piernas anchas, cintura poco pronunciada y unos pechos modestos que se movían con el movimiento de su cabeza. Tenía la cara redonda, las mejillas sonrosada y unos labios finos y de un leve color rosado, ojos grandes y de color avellana y una larga y ondulada melena castaña. Ahora de viejo sé que era hermosa, en ese entonces simplemente me limité a caminar hasta mi taquilla y cambiarme. 

Ahora después de 10 años casados supe que ese fue mi primer fallo, al menos si no hubiera cometido aquel error no hubiera pasado todo lo que pasó después...

Desde el primer día en condiciones ella se pasaba las clases mirándome con picardía, abriendo y cerrando los ojos con sensualidad y batiendo la yema del huevo de una forma poco correcta. Otras veces tan sólo se limitaba a chuparse el dedo con sensualidad después de meterlo en la crema. Y alguna que otra vez, de modo arriesgado se manchaba los labios de chocolate exigiendome con la mirada que los chupara. Obviamente ahí mis hormonas no entendían las indirectas, pero pronto comenzaron a encenderse... ¡bendito el día!

Estábamos los dos solos en la cocina, era tarde y prácticamente no quedaba nadie en la academia. Al ser los dos mejores alumnos nos solían ceder las llaves para cerrar todo, así que nos quedábamos hasta la hora que quisiéramos estudiando u horneando algún que otro pastel. Normalmente al principio tan sólo compartíamos los apuntes o las observaciones de la clase, obviamente en aquellas charlas siempre su pie acariciaba mi pierna hasta subir a la rodilla, otras veces su mano jugueteaba con mi muslo y otras, tan sólo cerraba los ojos y se apoyaba sobre mi hombro. Para ese entonces mis hormonas ya estaban en pleno rendimiento y mi mano y pene ya habían tenido muchos encuentros. Así que a diferencia de meses atrás ahora todos aquellos roces tenían sus reacciones sobre mi cuerpo. 

Recuerdo como si fuera ayer como estábamos en la cocina, haciendo la mille crepe. Yo me encargaba de preparar la masa de la crepe, mientras ella del relleno. Al principio todo fue normal, hasta que en un momento me la encontré tan sólo con una fina camisa interior y la falda aplisada que tanto le gustaba llevar. Batía la nata con la varilla con ritmo, sin parar ni frenar para mirarme y sonreírme con picardía. Podría decir que esa vez, en su mirada no había deseo y mucho menos diversión, simplemente estaba feliz mezclando la nata. No sé qué fue, si el olor a la crepe, su voz canturreando o como sus pechos juveniles se mecían que mi pene reaccionó antes que mi cerebro. Y ella lo notó. No sé si fue porque se me cayó un plato o porque me apreté contra la mesa, pero en su sonrisa vi que no pararía hasta tenerme bajo ella...

Yo ponía una crepe y ella colocaba la nata. Yo colocaba la fresa y ella otra capa de nata. Y así lo hicimos dos veces hasta que accidentalmente dejó caer nata en su escote. Después con un Ups, me manchó la mano y con otro Ups, la boca. Así estuvo un largo rato a cada vez más cerca de mi y en un momento que sus caderas rozaron las mías perdí el norte. 

Tiré lo que tenía en la mano, le quité lo que ella sujetaba y la empotré contra la encimera. La bese con desesperación, chupé cada mancha de nata, succione sus pezones sobre la camisa y lamí cada rastro de nata de sus muslos. Ella gimió ante cada lametazo, temblaba cada vez que mis manos ardiendo tocaba su piel desnuda. Cuando pude lamerla entera, me limité a quitarme los pantalones y presentarle a mi viejo amigo. Ella sin palabras me presentó a su amiga. En ese entonces las enfermedades sexuales no existían y un posible embarazo no era algo que nos importara, por lo que la penetré al ritmo que le besaba con dulzura y así fue, como entre natas, fresas y crepes... conocí el mundo sexual. 

¿Quién dijo que la gula y la lujuria no eran el mismo pecado?

Comentarios

  1. Muy buen relato amiga 💖 siempre es un placer leerte y quiero tu otoño jajaja acá ya entramos en primavera con un calor horrible, ni me quiero imaginar en el verano 😖

    Un besito desde Plegarias en la Noche

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias! Animo, yo éste verano lo he pasado más mal... odio el calor.

      Eliminar
  2. Hola Cath!
    Que buen relato, lograste unir dos pecados capitales, es una genialidad!!
    Una historia muy sensual!!
    Feliz otoño, por estos lados comenzo la primavera!! ƸӜƷ
    un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. ¡Hola!
    ¡Vaya que creatividad!
    Me gustan las escenas en donde los personajes están dando rienda suelta a sus deseos carnales de doble manera.
    ¡Un abrazo!


    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias! Si intente que fueran sensuales sin decir mucho más. Jajaj un besito

      Eliminar
  4. ¡Hola! Qué genial que te unas al reto y unas dos pecados de esta manera. Me agrada la picardía de ella para tentarlo y conseguir lo que quería.

    ¡Un abrazo!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

¿Y tu qué opinas?

Entradas populares